martes, 1 de julio de 2008

Un acercamiento a la traducción

Ponencia leída en el IV Coloquio de Letras Clásicas de la Facultad de Filosofía y Letras

Al titular mi ponencia de este modo incurro en un terreno peligroso ya que, paradójicamente, todo lo que pueda decirse respecto a la traducción antes que partir de una certeza o intuición de cercanía, deberá hacerlo desde la noción y la aceptación de lejanía, de una distancia entre los sistemas lingüísticos en juego. En este sentido, un ensayo que pretende acercar a la traducción proyecta, en todo caso, acercar a la noción de lejanía, tomarla en cuenta, enfrentarla. Podría decirse, en términos exagerados, que para empezar a hablar sobre la traducción lo primero que debe hacerse es enfrentar la noción de intraducibilidad; una vez tomada en cuenta esta imposibilidad, cierta en tanto que ninguna traducción será equivalente, ya no se diga idéntica, a su texto de partida, podremos comenzar no sólo a hablar de la traducción, sino propiamente a traducir obras literarias.



Traducir es, antes que otra cosa, un proceso que resuelve la diferencia entre lenguas. Éste intenta desvanecer las barreras que trae consigo la otredad que, como si fuese un viajero, se vuelve un portador de curiosidades y velos a la mirada local, un afiche novedoso que llama a nuestra curiosidad, invitándonos a conocerlo. Y justo ahí, entre lo desconocido y nuestra intención de conocer, habremos de buscar los medios para seducir su figura e ir descubriendo los velos, posesionándonos de sus artefactos para tocarlos y distinguirlos de los nuestros; habremos de reconocerlo en la posteridad, reteniendo en la memoria el resultado de un diálogo. Éste diálogo, esta seducción, es precisamente la traducción; y sólo aquél que logre reconocer los medios que posibilitaron dicho diálogo, será realmente un traductor, un ser comunicante. En este sentido el acercamiento a la traducción debe versar sobre los modos con que seducimos a ese itinerante que, por una u otra razón, ha llegado a nuestras manos exigiendo ser interpretado.

En nuestro caso particular, esos viajeros nos exigen ser vertidos en nuestra lengua escrita para su difusión. Sin embargo esos viajeros, visibles a nuestros ojos a través de gastados vestigios, muertos para algunos, no son los más susceptibles a la seducción. Nosotros no elegimos traducir a las naciones, a esos jóvenes ansiosos que ha se han vestido para ser descubiertos y cuyos laberintos son a nuestro paso, un camino de sencillos para facilitar nuestra llegada hacia ellos; elegimos traducir a los frugales veteranos, a los imperios, a esos ancianos que se resisten a desnudarse, esos cuyo cuerpo ha disfrazado el tiempo, y en quien vemos, a pesar de su vejez a nuestra joven mirada, los modelos de un recuerdo, la nostalgia de una edad de oro. Lozanos frente a los mancebos preceptores de una cultura que nos precede, nos inclinamos ante la majestuosidad de sus velos empolvados imitando la ceniza de sus telas, quizá sin percibir, que son precisamente aquellos quienes buscan recuperar el vigor que su cuerpo lucía cuando los lozanos eran ellos. Los bautizamos como nuestros padres, sin preguntarnos si ellos en verdad nos hubiesen bautizado como sus hijos. Buscamos encontrar en sus ropajes la razón de nuestra desnudez, también barba y báculo, cuando insistimos en cubrirnos de vejestorios frente a los viajeros en vez de desvestirlos para encontrar la suma de su diferencia. Sencillamente nos arropamos de tradición para no perder lo que suponemos nuestras raíces al considerar las transformaciones que nos han constituido como un camino por el cual debemos retroceder para eximirnos del desarraigo cultural. Trazamos un simulacro diacrónico hacia el viajero para simpatizar con él, en ocasiones a costa de nuestras costumbres, cuando él ha sido quien ha llegado a nosotros: finalmente el texto de partida es también un viajero. Es un itinerante al cual hemos llamado, pero también uno que ha podido llegar hasta nosotros, y al cual, en merecimiento de su viaje, deberíamos no sólo rendirle culto a su extrañeza y originalidad, sino aproximarlo a nuestros velos y artilugios. Y esto no porque sea inevitable hacerlo, sino por convicción y por tomar las debidas precauciones, pues ¿qué le conferimos a un viajero cuando creemos que ha venido sólo a dar lo suyo, y no, como un buen trotamundos, a aprender un tanto de nosotros? En nuestro caso, ¿qué le conferimos a las lenguas, especialmente al latín, cuando ha llegado hasta nosotros?

Podría decirse que la tradición en México, como la española, ha buscado entablar con tal viajero una relación patriarcal: considera al latín “su lengua madre” y se ha aproximado a ella imitándola, a ella y a Europa, logrando siempre una suerte de “adaptación” que los más eruditos insisten en nombrar insuficientes o tercer mundistas. La tradición ha extendido una invitación abierta al viajero para visitar todas sus instancias y costumbres, incluso, pareciera ser que se sirve de él para fundamentar su estructura y del arte que ha traído consigo para modelar sus creaciones. Constantemente se insisten en el respeto que le debemos a este viajero, y se le reproduce: siempre tratando de mejorar nuestros intentos, de sentirnos más cerca de su idiosincrasia, cuando ésta se encuentra ahora entre nosotros, como dejos de lo que fue. En este sentido, Roberto Heredia Correa, en su libro “Savia Perenne, la raíz latina de nuestra Cultura”, además de incluir el útil capítulo Ediciones y traducciones de clásicos en México, siglos XVI-XIX, también publicado en Nova Telus, escribe: “Ya se alcanza por estas breves reflexiones que el conocimiento y uso apropiado de nuestra lengua requiere la apreciación consciente del vínculo que la une al latín y de la nutrida corriente de influjos, que no ha cesado, del latín hacia el español. No que todos debamos estudiar latín—¡Dios nos libre!—; sino que las escuelas, de enseñanza media principalmente, deben proporcionar oportunamente criterios y hábitos que permitan dominar un vocabulario cada vez más amplio por medio del reconocimiento de los vínculos existentes entre ambas lenguas”. Establecer los vínculos, sobre todo cuando se trata de un viajero tan recurrente como lo ha sido el latín, es en muchos casos saludable, eso está claro; así mismo, lo es matizar los vínculos para lograr la independencia de la lengua propia. Habrá que hacer hincapié no sólo en los vínculos, sino en las diferencias, conocer las verdaderas relaciones y su causas, con tal de evitar imitaciones o aproximaciones forzadas: pues nunca debemos olvidar que, así se trate de una relación filial, se está tratando con un viajero.

Digamos que el problema de la traducción radica en algo mucho más esencial, y sin embargo no menos histórico: que los viajeros nunca llegan inmediatamente, que ha transcurrido el tiempo, que siempre los veremos y seremos distintos; que el viajero no previno los cambios futuros así los haya determinado con sus visitas, así haya fundado un pueblo, así engendrado una familia. Para decirlo de otro modo: el griego y el latino no tomaron en cuenta que existiría el español; que existiríamos los mexicanos, que habría en los albores del siglo XXI una comunidad reunida en un auditorio hablando de ellos y que la embajada de la República Helénica, nombre que ignoraron que adquiriría su país dos mil años después, donaría un busto de Sócrates a la FFyL. Los griegos no previnieron ser conocidos y mucho menos traducidos por nosotros, tampoco los latinos, y estas lenguas no nacieron partiendo del hecho de que habrían de contener en sus formas y usos lo necesario para expresarse en otras lenguas y épocas.

En este sentido, nos estamos enfrentando a una gran distancia y una especie de indiferencia, pues los viajeros con que tratamos son un séquito de viejos papiros y pergaminos que poco se esfuerzan en hablarnos en nuestra lengua: finalmente no hay intérpretes milenarios, somos nosotros quienes debemos hacerlo. Y esto, mas que coronar a los viajeros en agradecimiento de su legado, nos obliga a marcar una distancia, reconocer la otredad. Quizá comprender y aceptar nuestras diferencias con el viajero, rendirnos a priori, y aceptar la intraducibilidad misma como lo han hecho los grandes traductores, sea un buen punto de partida. Probablemente así logremos, desde una mirada desconfiada y perspicaz, dar con los gestos y ademanes que el viajero no ofrece para ingresar en él, y encontrar las palabras para seducirlo.

En nuestro colegio el cómo acercarnos al viajero, ya ha sido discutido por los miembros de la comunidad de Letras Clásica, y sino por todos, al menos por los Investigadores y traductores del Instituto y el Centro de Estudios Clásicos. Respecto a la relación de distancia o cercanía que existe entre el español y el latín, entre los mexicanos y los romanos, y a los griegos, el Colegio de Letras Clásicas, desde sus inicios, ha tomado ya una postura.

Para esbozar una idea respecto a este punto, he consultado las Introducciones de las obras traducidas en la BIBLIOTHECA SCRIPTORVM GRAECORUM ET ROMANORUM MEXICANA. En ellas, en los casos más profesionales, se incluye un apartado denominado “versión, sobre esta traducción” o algún otro título que aluda a las decisiones tomadas para la traducción en cuestión. En la Bibliotheca, se pueden apreciar dos tendencias generales. Por una parte la de traducir de forma latinizante. Cito a Bonifaz Nuño en su traducción de las elegías de Propercio: “Como lo he dicho ya en otras ocasiones, no concibo, para traducir un clásico, otra manera ni otro objetivo que la literalidad; para conseguirla, la versión no ha de ser de sentido a sentido, porque con este sistema el autor original queda sometido, en última instancia, a la buena voluntad de la interpretación subjetiva de su traductor, sino de palabra a palabra, lo que permite, principalmente en la versión de latinos al español, dadas las relaciones estrechísimas entre ambas lenguas, un acercamiento más verdaderamente objetivo y cierto al sentido del original”. A esta línea se suman no pocos traductores, quienes manifiestan haber traducido palabra por palabra en un esfuerzo latinizante, literal, que pretende acercar el español al latín. Entre ellos, por mencionar algunos, están, Las Noches Áticas de Aulio Gelio de Amparo Gaos Schmidt, Historias de Herodoto de Arturo Ramírez Trejo, Contra Eratóstenes de Lisias de Lourdes Rojas, La Teogonía de Hesíodo de Paola Vianello, las Elegias de Tibulo y las Epístolas de Horacio de Tarsicio Herrera, El Orador Perfecto de Cicerón de Bulmaro Reyes Coria y las traducciones del mismo de Julio Pimentel. El mismo Dr. Bonifaz Nuño ha traducido a Catulo, a Homero, a Virgilio y César de la misma manera. Incluso, en el caso del hexámetro dactílico, para llevar el español, tanto al griego como al latín, en la medida de lo posible se sigue una versión silábico-acentual, como bien describe Tarsicio Herrera para su traducción de las Epístolas de Horacio: “Para traducir el hexámetro dactílico se emplea el hexámetro castellano usado en España por Sinibaldo de Mas y en México por los doctores Méndez Plancarte y Rubén Bonifaz Nuño. Este hexámetro latinizante castellano, ya se le llame silábico-acentual o cuantitativo-acentual, consiste en un número fluctuante de sílabas que va de 13 a 17, con una cesura móvil a mitad del verso, y una acentuación que es libre con excepción de las cinco últimas sílabas, de las cuales se acentúan la primera y la cuarta formando un especie de adonio acentual”. Respecto a esta forma es evidente que, si bien no ha sido un método instaurado por los primeros filólogos de la facultad, fundadores de la Bibliotheca y en su mayor parte españoles, la tradición española persiste en buena parte como modelo para los clacisistas en México. Se traduce a los viajeros como otros viajeros lo han sugerido; nosotros, que los consideramos más cercanos al itinerante a comprender, les otorgamos la razón.

Por otra parte, las traducciones de la Bibliotheca también han sido realizadas por quienes no hacen mención de una literalidad a ultranza. Quizá el Dr. Pedro Tapia Zúñiga sea quien mejor representa esta postura: pues se ha dado a la tarea de estudiar las teorías de traducción de Joseph Vermmer, otro viajero sugerente, he incluso ha publicado en Nova Telus, así como en un libro del Centro de Estudios Clásicos, textos relacionados con las teorías del autor mencionado. Vermmer, un viajero cuya relación familiar es un tanto más lejana, en tanto no es hijo de una sino más bien un sobrino lejano, y por lo cual le debe menor respeto paterno a las lenguas, ha estudiado la teoría del Scopos. Éste método, aludido a Cicerón aunque parece ser que nunca lo llevó a la práctica, plantea una traducción prospectiva, en función de ‘a quién’ va dirigida la traducción; para Cicerón traducir a los retóricos, sirve a quien carece del conocimiento del griego. En el caso de la Bibliotheca, los textos están traducidos para servir al alumno de Letras Clásicas.

En este sentido, aunque pudiera plantearse que el Colegio está dividido en dos bandos, no es esta la intención; pues no lo considero una realidad aunque Julio Pimentel se haya mostrado abiertamente en contra de la teoría del Scopos en el artículo “Algunas notas sobre la traducción de textos latinos” publicado en Nova Telus. De algún modo, las posturas expresadas por los traductores, no son contradictorias entre sí. Aun cuando el objetivo de la carrera sea la difusión de la cultura clásica, una de las intenciones primordiales de las publicaciones de la SCRIPTORUM es la de dar herramientas a los alumnos de Letras Clásicas, a los de la Facultad de Filosofía y letras, y al público interesado en tercera instancia. Así, las traducciones literales son también prospectivas, ya que están hechas para un lector determinado. Éste, deberá considerar a los viajeros como abuelos o padres y por lo tanto, guardarles todo el respeto posible: imitar, engrandecerlos, no permitirles morir nunca; aunque dicha forma nos obligue a olvidarlos, por odio, por encomio, por frustración.

Tampoco es mi intención juzgar si son o no correctas las traducciones de nuestra Bibliotheca, la cual me ha sido de mucha utilidad en la carrera y a la cual siento como mía. Quise, con este breve repaso, dar cuenta de que las posturas que se pueden tomar frente a un viajero, parten de una concepción de la diferencia determinada, del lente con que se vea llegar desde el litoral adverso al caminante en cuestión. Respecto al latín, en nuestro caso, se parte de un interés de vinculación, un querer lucir los vejestorios que portan su sintaxis, su morfología, su léxico, sus contenidos. Disfrazamos al español del latín, para hacer filología. Con el griego, las más de las veces, se parte con un mayor desconfianza ya que no se procura una versión tan literal en léxico, quizá por la obviedad de su diferencia con respecto al español, empezando por el hecho de que el alfabeto es distinto aunque la fonética sea similar. Respecto a esto, quizá valdría la pena preguntarnos porque no se han traducido tragedias para la Scriptorum, salvo la traducción del Hipólito realizada por el Dr. Bonifaz Nuño. Quizá no hemos encontrado la manera de seducir al viajero teatral griego, aunque existan encuentros maravillosos como el de Eduardo Contreras con el cómico y el de algún otro ya ausente con un viajero trágico. Pero de las relaciones particulares de viajeros y oriundos hablaremos otro día.

Por lo pronto me queda invitar a la comunidad presente a reflexionar sobre nuestros encuentros frecuentes. Somos espectadores de gitanos y trasatlánticos, de grandes viajeros que han surcado mares y siglos para llegar hasta nosotros. Las teorías de traducción también han viajados hasta nosotros, así las traducciones mismas, y así aquellos que dedican su tiempo a observar los numerosos encuentros y a enseñarlos. Quizá deberíamos comenzar precisamente ahí: por ahora un grandioso espectador Juan Carlos Rodríguez, imparte la materia optativa de Teoría moderna de la traducción aplicada al texto latino. Somos pocos los que hemos asistido al espectáculo. Espero que próximamente seamos más y que los estudios y reflexiones sobre la teoría de la traducción se conciban no sólo como una necesidad, sino como una práctica maravillosa que a nosotros también nos comprende, aunque pasemos la mayor parte del tiempo, siendo agentes de tales encuentros entre mundos.

Gracias.

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