martes, 15 de julio de 2008

CONSTITUTUS SED NON CONSTITUTUS



Ciertamente me aterra, en ocasiones, pensar (quizá hasta saber) que no podría prescindir del lenguaje para escribir éste, cualquier ensayo. Sí, para escribir, para pulsar cada una de las teclas y plasmar una grafía que sé, en su conjunto, significará algo. A lo que podría, y sin duda no sería la primera, escribir para aligerar mi terror: g hlkbnsdfo ndlkb disbgidbnfkdl. En vano. Algo me sugiere que dicha trasgresión se encuentra también en el marco del lenguaje; casi como una “libertad” entrecomillada. Como si en verdad se constituyese el pensamiento en el lenguaje. Pues, bajo la premisa de que pensar es pensar al pensamiento como una suerte de experimentación de la representación, no se me ocurre cómo podría hacerlo sin el lenguaje. No obstante la duda me obliga a pensar en la otra posibilidad, y esto a su vez a pensar en los lugares (topoi) desde los cuales es posible y siento estar determinada para hacerlo.

En un sentido muy generalizado los topoi son los lugares desde los cuales opera la sustitución de un cuerpo por otro, formas abstractas en la memoria, vacías de contenido, que se llenan con argumentos . Ya Aristóteles, ya Cicerón tuvieron a bien elaborar listas y clasificaciones de topoi, a partir de lo cual comenzaron a generarse listas de lugares comunes, derivadas de la lógica y de la retórica (causa, definición, tiempo, comparación, diferencia, contrario, accidente, etc.). De alguna manera estos sitios, determinan las operaciones mediante las cuales se argumenta o se pregunta algo. Y no se trata de presuponer que las listas de tópicos de la retórica originaron ciertos hábitos de pensamiento y que quienes han reflexionado sobre el lenguaje han realizado sus juicios determinados por su educación recibida (cuadrivium, trivium, escolástica, lógica), sino poner el concepto al servicio de esta búsqueda, a saber, la de encontrar los topoi, las preguntas, los lugares comunes y códigos desde los cuales es posible pensar que el pensamiento se constituye o no en el lenguaje.

La pregunta, antes que otra cosa, invita a pensar al lenguaje como un contenedor, un recipiente y al pensamiento como una fuerza que puede contenerse, organizarse. También abre una distinción entre la naturaleza de ambos, por una parte el lenguaje como un ente físico, discernible y ubicable, inscrito en el tiempo y el espacio, y por otra, al pensamiento como un ente abstracto y sin embargo positivo en el tiempo. Asimismo otorga a ambos sustantivos un carácter ontológico igualitario: la pregunta no duda de la existencia de ninguno, los presupone ahí, previos a la pregunta, perceptibles materialmente; a tal grado que podría plantearse incluso la pregunta a la inversa: si el lenguaje se constituye en el pensamiento. Asimismo, la pregunta se instaura dentro de la consideración de los fenómenos como sistemas causales en los cuales, tanto lógico como temporalmente, existe siempre lo que precede y lo que prosigue.

Esto habla de las formas en que se han dado las explicaciones hasta ahora. La idea de un existente y de una precedencia, obligan a pensar, casi inevitablemente, en la posibilidad de un origen en sentido diacrónico e invita a suponer al pensamiento y al lenguaje como fuerzas que generan y son generadas. este carácter de fuerza conlleva a imaginar un conducto físico a través del cual se puede experimentar la cosa en cuestione, los sonidos o las grafías, por ejemplo. Estas ideas invitan asimismo, a pensar al lenguaje y al pensamiento como causa o efecto y posibilita la consideración de ambos como representaciones: el lenguaje del pensamiento y este a su vez, como efecto de un previo existente, el cual ya Aristóteles consideró como pasiones. De este modo, son la idea de un origen y una representación, condicionados a su vez por códigos-topoi, como causa y tiempo, aquellos que posibilitan pensar al pensamiento como previo al lenguaje, y viceversa. Igualmente los que posibilitan la pregunta de si el pensamiento se constituye en el lenguaje, cuya respuesta, hasta ahora, vacila aún.

A mi parecer vacila cuando se imagina aun, inscrito en un digerido y lego imaginario, el origen de un hombre que aun no es social y en el que, antes de contar, conformar, ser, producir un lenguaje estructurado, ya estaban contenidos una serie de fenómenos (hechos de pensamiento) que necesariamente tenían un efecto y que éste necesitaba un medio para llevarse a cabo. Vacila cuando el lenguaje se concibe como una estructura en la cual “un previo ya estructurado” se dispone, necesariamente cambiando su forma. Vacila cuando se concibe a un sujeto aislado que antes de ser como comunidad contiene en si causas (pasiones) no sociales que generan sonidos previos a su inteligibilidad. Vacila cuando la ley fonética, la teoría del habla como concatenación de hechos en el tiempo, la idea de la escritura como “suplemento” de lo oral, y otras tantas producciones que orientan a pensar el lenguaje como secundario, añadido, consecuente, posterior, e imposibilitan al lenguaje mismo a abolir la pregunta y sólo situarse en un lugar donde ambos se constituyen simultáneamente, sin necesidad de precedencia ni representación alguna.

Acá desde esta memoria colectiva en la cual habitan tales topoi, como ideas desgastadas y empleadas a favor de tal o cual, como ideas que subyacen el orden en el cual está configurado el presente, me presiento aun incapacitada para responder tal pregunta en términos no rebatibles por los mismos términos. Me presiento determinada por una historia que, como un grillete invisible, se sujeta a mis tobillos como una lastre del cual apenas podría liberarme. Me presiento aun imposibilitada a imaginar una respuesta sin un origen y una representación, lo cual me conduce siempre a intuir que el pensamiento es previo, idea con la cual no concuerdo. Sobre todo cuando presiento a la idea determinada por la historia del pensamiento y la creo rebatible: esto a través de un minucioso ejercicio del método simpatizante con la deconstrucción, quizá la derridiana, en y a través del cual pudiesen abolirse tales jerarquías y categorías, los lugares desde los cuales es posible (y casi obligatorio) pensar el origen y la representación.

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