martes, 15 de julio de 2008

Inmediatez e inmanencia: la lengua en Walter Benjamin.




Nada como el misticismo adaptado al materialismo histórico para ofrecer al mundo de la reflexión filosófica una concepción inédita del lenguaje. Así Walter Benjamin, en su ensayo Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los hombres, explora la lengua en su inmediatez para encontrar sus raíces espirituales.

Para Walter Benjamin el lenguaje es toda comunicación de contenidos espirituales, y es esencial a todas las cosas comunicar su propio contenido espiritual. Todo ser tiene consigo, más allá de la materia con que haya sido o no creado, un espíritu que busca comunicarse. Pero esto nunca se comunica enteramente, pues sólo en, y no a través de, su ser lingüístico, puede hacerlo. Este ser, que es inmediatamente, es su lengua, en la cual participan todas las cosas.

Si la esencia lingüística de las cosas es su lengua: la lengua del hombre es nombrar las cosas. Así, a través de la esencia lingüística de las cosas llega el hombre al conocimiento de éstas: en el nombre. En éste, el hombre se comunica a sí mismo en su inmediatez y la esencia espiritual que se comunica es la lengua misma. De ahí que sólo la esencia espiritual del hombre sea enteramente comunicable; para el hombre, la esencia espiritual que se comunica es nombrar las cosas. Del hombre es la lengua y éste es un ser que supera a la naturaleza: pues todo ser lingüístico busca comunicarse a sí mismo y encuentra en la lengua, en el nombre, en el inmediato transcurrir de la lengua.

Ahora, si bien la palabra es sólo una forma particular del lenguaje, todo lo comunicable es inmediatamente la lengua misma. Para Benjamin se presenta un problema crucial y originario en la teoría del lenguaje: la magia de la lengua, su infinidad, está condicionada por su inmediatez. La lengua tiene sus confines, los cuales son las esencias lingüística y no sus contenidos verbales. Y aun así, lo que se comunica en la lengua no puede ser delimitado o medido desde el exterior, puesto que nada se comunica a través del lenguaje, sino en el lenguaje, en la inmediatez de la lengua, en el nombre siendo que comunica al hombre el don Dios.

Ya en esta premisa puede advertirse el misticismo de Benjamín, pero cabe aclarar que no se trata de un teoría lingüística al servicio de una religión; quizá, aventurándome, se trata de una religión al servicio de la lengua. Y aquí el misticismo radica en el abismo entre el hombre y lo divino, entre el conocimiento y el mundo, pese a la lengua como comunicación del ser lingüístico. En la Biblia la lengua es lo que crea y lo que realiza, es el verbo y el nombre. Comienza con la omnipresencia creadora de la lengua “sea-hizo-nombró”, y termina la lengua por incorporarse al objeto creado, lo nombra.

Así en dios el nombre es creador porque es verbo y el verbo de dios es conocedor porque es nombre. El ser espiritual del hombre es aquél en el cual ha acontecido la creación. La creación ha acontecido en el verbo, y la esencia lingüística de dios es elverbo y toda lengua humana es solo reflejo del verbo en el nombre. El Adán nemoteta puede nombrar, sí, pero en él se revela la esencia espiritual del hombre a modo de analogía anacrónica, atribuible a todo hombre cuyo ser lingüístico, su lengua, pueda manifestarse: la de nombrar lo que ya es, ha sido y será verbo, la infinitud absoluta, ilimitada y creadora del verbo divino.

De modo que hay dos infinitudes: la del verbo y la de la lengua en el nombre. La primera es ilimitada y la segunda confinada por el ser lingüístico de las cosas pese a la infinitud que adquiere por su inmediatez. Para Benjamín la lengua del hombre es rastro de Dios, el nombre propio es verbo de dios en sonidos humanos, pues en el nombre el verbo se ha convertido en receptor: sólo está ahí para el ser lingüístico —previo y determinado por el verbo divino—, que busque comunicarse. El nombre de la lengua del hombre, su ser espiritual, está al servicio de las cosas para que éstas puedan traducirse y expresarse en la lengua del hombre

Así, para Benjamín toda la naturaleza se encuentra penetrada por una lengua muda (e inmanente) que es el verbo creador, y el hombre puede, mediante el nombre, comunicarse con Dios pero jamás crear en el verbo. El hombre expulsado del paraíso posee ya el nombre conocedor como una sentencia juzgadora que ha salido de su magia inmanente (su naturaleza nominal) para comunicar algo fuera de sí misma. Pero esta lengua, infinita en su desarrollo, en su nombrar y conocer (fenoménico), será siempre inferior al verbo.

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